domingo, 5 de julio de 2009

No es difícil llorar en soledad, pero es casi imposible reír solo. Dulce María Loinaz.


Foto: David Doubillet



Entre acordes de Paganini, en un festival hermoso de música a la que llaman antigua, y mirada a los sonidos llegados de Turquía en voz de mujeres valientes, de mirada oscura, profunda y fuerte, de ricas melodías que transportan el alma del "hombre solo" a la Capadocia más hermosa, esa que le descubrió la arquitectura eterna que mira al cielo y al hombre de Gaudí, en la amada Barcelona... se limpia la casa, se amaina el temporal de alma agotada por el terral que ya llegó el viernes y solo se apacigua entre las aguas frescas de un baño nocturno, en el caminar lento, relajado y dejándose mimar por una arena blanca que miran peces que no se ven y medusas que tampoco pero amenazan la integridad en horas de agua caliente, suerte que a estas horas y a este hombre les gusta el agua fría, esa de la que huyen las medusas de larga cabellera que alimentó la fantasía helénica.
El terral continuará más días y será vecino que nos visita durante el verano en Málaga, la brisa marina le vence, en ocasiones, y permite mirar a la bahía, encontrando los grandes cruceros que llegan a la ciudad, islas de placer que van tocando puertos y recalan aquí buscando a Picasso y el mar, el hombre y su obra, una catedral manquita y un vino dulce entre poemas en el Pimpi.
Málaga se brinda en verano y entrega como amante caprichosa y mimosa, da colores, olores y sabores, llena de músicas libres y teatro en la calle, piruetas de artistas argentinos que caen de telas uterinas ante nuestros pies, entre fuertes tronadas invitando a bailar, a seguir el ritmo y perder, por segundos, el miedo a las miradas de otros.
Se desean las visitas de amigos y se piensa en los que no vienen, se repasa y repara la casa para estar a punto y recoger el cariño de quienes dan su cariño al "hombre solo" y le acompañan en el deambular marinero, buscando entre los delfines de una bahía marbellí las palabras de la madre muerta y entregada en ceniza al altar profundo y submarino de la Virgen del Carmen.
Son días de procesiones marineras, de tradiciones que sacan imágenes preñadas de mar contenidas durante el año en hornacinas submarinas, dejándose adorar entre cuerpos sudorosos y medio desnudos, entre pechos que brillan y tragos de vino fresco para cantar con más fuerza y abrir las gargantas, el espìritu y la bondad de unas gentes malagueñas que cada día más me alegro de conocer.
El "hombre solo" mira hacia dentro, tras la casa limpia en la mañana de domingo, entre vidrios resplandecientes y resquicio sin polvo instaurado por el tiempo ,sin paciencia para limpiar y alisar este albero que se cuela por la ventana, se busca y encuentra entre letras de poemas argentinos recien descubiertos en el mundo cibernético, junto a postres bien dulces y novedosos, entre ideas de como hacer el mundo de quien se ama más feliz a través del buen yantar, metido buscando heridas que dolían y pareciera no existen, solo quedan cicatrices, nada más, sigue la vida y es un hombre que pasea su pelo suelto que mece un aire reparador, su mirada se va posando sobre situaciones inesperadas y sorprendentes, ironizando con el dolor de otros para ver si así es menos dolor, llorando cuando se lo piden y haciendolo cuando no le miran también.
Un hombre que espera noticias de otro hombre que sufre, que calle y sufre y este espera, solo espera; le dijeron un día que ahí consiste parte de la sabiduría, en saber esperar para luego poder saber estar y a este "hombre solo" le gusta estar, le agrada ser compañía, darse y entregarse, se siente más libre cuando lo hace.


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