sábado, 7 de abril de 2012

Existen días en que el hombre solo no tiene palabras para dar, quisiera convertirse en un chorro constante de consejos y dar a quien tiene frente a sí todo, entregarse, deshacerse entre el aire y meterse dentro del otro para poder ayudarle pero eso no es posible; es entonces cuando el hombre se hace silencio y escucha, aprende que es tan o más importante estar y estar en silencio, acompañando la agonía de quien se muere entero para nacerse de nuevo.
El día es gris y parece que, acompañando a los cristianos en su soledad mientras esperan la resurrección del hijo de Dios, las calles están más tranquilas, las nubes parecen más grises de plata y el cielo asemeja una pintura de Sorolla llevada al extremo de la timidez, el horizonte se hace más verde y recorta el cielo como con brochazos dados a tiento. Un día de paz y sosiego en el Jardín Botánico-Histórico, entre lecturas amorosas, "La librería ambulante" se deja pasar sus páginas con el deseo de quien quiere devorar pronto la historia para conocer el final y meter otra vida dentro de sí, el rumor del agua entre trinos de pájaros que empiezan a ser conocidos, dejándose impregnar por el azahar de los limoneros cascaruos, antes de meterse bajo el cenador y permitir al aroma de las glicinias llevar el alma del hombre solo al romanticismo más atroz y desbordante, recordando tiempos e imaginando futuros, haciéndole perderse en los ojos perennes en la memoria, esos de la borracha sin palabras que solo pide una caricia, que entrecruza los dedos de mi mano con los suyos sin palabras, sabiendo que la entiendes y que tú tambien te refugiaste en lo tuyo, en tu demonio para poder salir del dolor o no sentir que te mueres cuando el amor se va o te lo roban o se muere. A quienes comparten un dolor, a quienes saben y reconocen las heridas en el alma del otro se nos nota, se nos descubre porque sangramos por los mismos sitios y es entonces cuando te vienen a la boca los tópicos que no sirven, porque lo único que cura es el cariño y éste viene casi siempre acompañado del silencio, de la compañía y de las miradas, de los olores y de poder hablar de cosas que nada tienen que ver con lo sufrido, ayudando a olvidar como ese demonio en el que uno se refugia para poder sobrevivir.
Desde hace unos días me acompañan en casa dos seres nuevos que han revolucionado mi mundo de lecturas, soledades y miradas tras el cristal, obligándome a ser responsable de algo más que no sea yo, dos agapornis alocados que se escapan de la jaula y se empeñan en subir a mi hombro o revolotear por los techos altos de mi casa, esconderse tras las cortinas y tenerme horas con el cazamariposas tras ellos para devolverles a su rincón. Hace dos días apareció un huevo en el suelo de la jaula, ya les veía tonteando, besándose celosos de mis miradas, tocándose y hurgándose entre sus plumas, ella es amarilla y él verde, donde va ella sigue él, una locura de gritos, chillidos y cantos que comienzan a las ocho de cada día y terminan a las ocho de la tarde con regularidad pasmosa; encontré un lugar donde me vendieron un nido para ellos, una caja de madera con un agujero redondo pequeñito en un lateral, relleno de pelo de cabra, lo coloqué en la jaula pensando que no serviría de mucho, mi intención era salvar el huevo y esperar que hubiese más.
Ella, más intrépida se lanzó tras un par de minutos, asegurándose de que yo retornaba a mis lecturas, a investigar el nuevo objeto extraño que ponía en su jaula, se divirtió, preparó con esmero el nido, repartió el pelo de cabra y cuando todo estuvo dispuesto sacó su cabeza por el agujero para invitarle a él a entrar, llevan un par de horas dentro, jugueteando, entrando y saliendo, salen de tanto en tanto, me miran, se dan besitos furtivos y entran. Me impresiona ver estos dos locuelos enamorados, huidizos si me muevo de mi sillón orejero y me separo de mis libros, seguros de sí y libres cuando me tienen controlado, jugando a quererse y dejándose mirar por este hombre solo que les trae golosinas de frutas tropicales.
Ellos, que no eran pareja, que se encontraron en un hogar distinto al suyo y luego les trajeron al de este aburrido hombre solo, que se ven entre libros y músicas de otros mundos, que me miran sorprendidos cuando hago otro movimiento nuevo y extraño para ellos como tomarme una copita de algo o que gritan cuando me ven en duermevela pensando que me pasó algo... se han acostumbrado a su nueva realidad, han puesto otro huevo, Curra vuelve a poner otro y Coco la vigila desde su palo amarillo, mimándola y regalándole pipas, juntando sus picos. A veces acerco el dedo y corren hacía él, parece que quisieran picarme pero lo abren y, si dañarme, me dan un beso de pájaro.
Cuento la historia a los ojos tristes, a quien busca besos de cristal y llora, no esperaba esa reacción pero dice que espera poder hacer eso, rehacer, renacer, entrar en otro hogar, en otro ritmo de vida, de tiempo, de amor, de mirada y de besos sin dañar... mientras tanto seguirá dando besos de cristal.
Y el hombre le recuerda entre aroma de glicinias, se acuerda que guardó silencio y entendió que era su manera de sobrevivir, que él no es nadie para juzgar y aconsejar, que solo está para escuchar y cuando sea necesario... entregar su mano para que la otra se deje acariciar buscando el calor humano que no da el cristal.
Salgo del rumor del agua y miro hacia mi espalda, el aspersor de agua pulveriza sobre enormes hojas de plantas tropicales, a esta hora el sol cae y sale entre las nubes grises y al jugar con el agua pulverizada me regala un pequeño arcoiris que solo yo y los pequeños duendes que habitan este jardín tenemos la suerte de poder disfrutar; repleto de alegría por sentirse único por poder vivir este tiempo entre hadas ocultas, junto a la ninfa dormida que espera a la noche para despertar y regar el jardín, pleno el corazón de romanticismo y entre voces italianas que llenan el aire, venidas de cruceros que toman la ciudad por unos días, el hombre solo regresa a su hogar, siendo recibido por gritos de júbilo al abrir la puerta, los pajaritos de colores le reconocen y le cuentan que se aman, es primavera y se nota.



Sueltate y dedicame una sonrisa
Que me pueda marchar
Con el corazón blandito
Caminito del siguiente bar

No bebo pa olvidar
Bebo pa sentir que sigo vivo
Recordando que estuve contigo
No bebo pa olvidar
Bebo pa sentir que sigo vivo
Y borrar el camino
Que me obligo el destino
A andar sin ti

No puedo mas
Tantas veces y otra igual
Siento frio al recordar
Que tu boca era mia

Besos de cristal mi copa rota
Ya no puedo brindaar
Nunca supe jugar
Creí que esto era de dos
Y aqui nadie pretendia ganar

Pintaste sobre el lienzo de mis recuerdos
Besos de tinta china que no pude borrar