viernes, 22 de abril de 2011

martes, 5 de abril de 2011


Foto: Gregorio Torres



Un paseo entre las glicinias del Jardín Histórico de la Concepción, en buena compañía, hablando del amor, de la entrega, del duro convivir y como afectan los demás al estado anímico del ser amado, los conflictos que afloran cuando se rasga un poco y las lágrimas brotan entre especies protegidas, pájaros que acompañan el crepitar de la tierra y la grava bajo los pies, envueltos en el aroma dulce de las glicinias, mirando hacia las ventanas cerradas de la casa palacio, esperando que el misterio ponga una mirada furtiva de un ser dle pasado tras los cristales, deseando ver correrse una cortina de la casa dehabitada, camino de la asamblea ordinaria donde se rendirán cuentas y a la llamada de Amelia, la campana que nos marca las horas en cuartos y avisa del encuentro.






Al final del encuentro asambleario se disfruta del ágape, vino dulce y saladitos de salmón, espinacas, queso, almendras y nueces, la imprescindible tortilla de patas y la buenísima compañía, serena, pausada, conversaciones de plantas, de amor a la naturaleza, a la cultura, a la música, entre palmeras y a la sombra de especies nuevas, del mundo, salvando el planeta en la medida de lo posible, en nuestro pequeño mundo, proyectando actos futuros, encuentros al caer la tarde, con el cielo en rojo y malva o en la mañana, cuando el azul se funde con el verde del mar y hasta aquí llega su olor, su brisa, su entrega a este parque que salva el alma y la coloca en un XIX, tiempos de cambio en el hombre.
Almuerzo con la amiga del llanto por dentro, al lado del mar, un día gris donde se fundieron los colores, mar y cielo son uno, la playa se ve tras el cristal plena de cañas, de aquello que el mar no quiere y el hombre le entrega, mirando caminar lento a seres con pies al aire, mojando su alma un poquito en el agua salada, templando su sangre con el agua del mar y rompiendo la espuma del mar con sus pisadas. Espetos de sardinas exquisitos, coquinas y salsa de ajo, agua fresca y flan de naranja, sabores de primavera tranquila entre palabras de libros, de letras, de ánimo, de proyectos, de amor renacido tras los dolores y mirando a la pareja feliz, entregada con los años, llenando ánforas de vida pendiente por vivir.
Y vuelve el pasado a la memoria, hoy no duele, forma parte del hombre solo, de su tiempo, de su ser, de su ser lento y pausado, apoyado en el bastón de flores lilas que siempre llama la atención y provoca comentarios, el pelo suelto como gusta llevar al hombre solo en su tiempo libre, cuando se siente libre, sin corsés, sin condicionamientos sociales ni laborales, cuando puede ser el y se deja querer, cuando quiere y hasta es capaz de llorar, de reir, de sentirse pegadito a este mar que tanto añoraba y ahora posee, recordando el mar de olivos que tambien ama, que tambien añora, que también lleva clavado en el alma y el teléfono le deja sentir su verdor por las ondas del aire.
Las fresas de la terraza dieron una flor que crece, comienzan a parir su fruta y los tomates van creciendo, entre rosas pastel que terminan en blanco, al lado de un jazmín que promete su olor entre el rocío de las próximas semanas; el hombre solo gustará de madrugar, de salir al frescor de la mañana y dejarse envolver por la luz que irá naciendo, despidiendo a la luna cercana y dando la bienvenida a los sonidos de tambor y corneta que se aproximan, ya huele a Semana Santa, a cirio, a negro de mantilla, a tela recien planchada y a flores cortadas vistiendo tronos y formando mantos de colores a las Vírgenes que lloran, ya llega el poder abrazar casi el Prendimiento rozando la ventana, se acerca el mirar tras el cristal, el salir a la calle y el encontrar caras reconocidas entre la multitud.
El alma... más tranquila.