domingo, 20 de septiembre de 2009

Crecer


En la vida que pasa del "hombre solo" los tiempos los marcan, cada vez más, las estaciones; antes eran los años los dueños de una vida nómada por ciudades, gentes, miradas y vivencias, ahora son las estaciones, las alergias, los comienzos de las colecciones, de los ciclos escolares y de las trombas de agua, los días secos de un terral en una ciudad de luz picassiana y azul, al lado del mar y que huele a mar cuando llueve, aunque sean tormentas. Mucha gente ve en el inicio del otoño un tiempo de tristeza, un decir adios al ocio y retornar a la vida cotidiana, niños al colegio, atascos eternos en torno a la ciudad y cabreos constantes por la subida de las cosas en tiempos de crisis, desde que nací vivo en un pais que habla de crisis, en el teatro, en la economía, en el cine, en la cultura, en la educación... crisis, crisis, crisis... infinita crisis de algo, hasta de las vidas que la viven; para mí, aparte de la crisis que me afecta como a todos, la llegada del otoño es al revés que todos, comienza con tiempo de ocio.
Una semana de Septiembre, siempre la tercera o cuarta, participo en la escapada general de mi unidad hospitalaria, a un albergue infantil, donde las camas son pequeñas y los pies cuelgan al aire durante toda la noche, mantenido en un comedor entre amburguesas, marracones bolognesa, patatas fritas... y menú típico de colegio; un lugar perdido entre campos de membrillos, junto a agricultores que pasan su tiempo de ocio entre los dos únicos bares que hay en bastante distancia a la redonda, rodeado de pacientes que sufren una enfermedad mental grave y conviviendo estrechamente con ellos, compartiendo el campamento de verano, de un verano que acaba y da su mano al otoño.
Pertrechados de cajas con juegos, disfraces, talleres ocupacionales de avalorios, para hacer sales de baño, balones de piscina, de baloncesto, de fútbol, películas que no se visionan por falta de tiempo... aparecemos allí quienes nos encargamos de esta locura en que se convierte nuestra existencia durante una semana agotadora, somos un hospital que se traslada, como un hospital de campaña en plena guerra pero que lleva, en la panza del autobús, guardadas mil risas, mil colores y sabores que hagan la vida más liviana para aquellos que sufren de lo que no ven y no pueden hacer entender a quienes les ven.
Agotadora semana que pone al límite la salud mental de quienes estamos presumiendo de ella y procurando ser escucha de otros que padecen.
Una piscina llena de hojas que hay que quitar cada día, mirar el cielo a ver si una tormenta nos fastidia la jordana o solo es un chubasco que pasa rápido, un paisaje lejano que se hace hermoso se ilumina en la noche, al calor de un cigarrillo compartido y un té calentito, mirando los rayos como juegan en el cielo a caerse como cohetes que buscan refugio en la tierra, escuchar temores a la luz de un sol radiante y tendidos en un patio entre naranjos, guardar el pan que sobra para la burra de la granja escuela o desayunar leche fresca de una vaca que nos la regala cada día, mirar por la ventana del cuartito asignado al hombre solo y emocionarse cuando dos "locos" o tres, o cuatro se miran, hablan, se cuenta, se escuchan, se ayudan, tiemblan de emoción, se respetan y controlan sus límites sin rebasar las fronteras del otro, ponen a prueba lo aprendido en las terapias del hospital... o simplemente disfrutan del tiempo sin nada que hacer, recien bañados, limpios y serenos, siendo libres de estar o de ir, sin compromisos, en libertad... por fín.
El comienzo del otoño del "hombre solo" es distinto, siempre empieza en una salida que deja las batas blancas de lado, que permite a una psiquiatra hacer una sesuda consulta ante la ansiedad, vestida de bruja, con capa y capucha, con pelo negro y canoso, son escoba que barre miedo de un drácula con cabeza atravesada por un cuchillo, al calor de una barcacoa colectiva para cuarenta y dando mordiscos a un pinchito asado de pollo; un tiempo donde el hombre más serio, más controlado, que más asume su locura y no olvida ni un segundo de su vida la toma de pastillas, las analíticas, los controles, que mide hasta el tiempo que anda cada mañana para no bajar un segundo del reglamentado, con una obsesión por se obseso... se convierte en la reina más Drak que imaginarse pueda, con unos ojos azules envueltos en la sombra de ojos más azul y brillante de la paleta de colores, con pelucón naranja y medias de rayas, preguntando si aquello se quita luego y.... "¿no tendre que presentarme mañana en la casa de mi hermana asi no?.
Imágenes grabadas en la mirada de un hombre que mira y disfruta del trabajo que tiene, de un otoño que comienza con este desborde y que promete la serenidad del ansiado mes de vacaciones reservado para el tiempo de otoño, donde se caen las hojas, cuando las castañas abren el erizo y salen a ser manjar en ollas de hierro, al calor de techados en las calles envueltas en frio, en aires que azotan las esquinas, donde la cultura retorna a sus locales y el teatro, la música, las lecturas, los encuentros poéticos, se anuncian en nuevos ciclos de vida urbana; un tiempo que espera con ansia el "hombre solo" y que viene cargada de pánico gripal colectivo, momentos de paz que permitirán acudir al lado del mar a ver como el agua cae sobre el azul y el silencio se llena de golpecitos leves y seguidos que rompen en olas de espuma, allá donde el paseo se hace solitario y los marrones, los ocres, los rojos, los negros pueblan las calles en la indumentaria.
Otro tiempo preñado de proyectos, como cada estación, que se harán o no se harán, que prometen terminar esa historia que cuenta el hombre y que no acaba nunca, que le obligan a mirar hacia el Norte de una tierra que quiere visitar, que espera el nacimiento de Martina que ya tiene nombre y aún no está con nosotros del todo, que reza y pide por los que quiere, retomando la costumbre de pedir a algo que ni se plantea que exista ya... y no le importa.
Tiempo de luz y calor, de lluvias fuertes y más calor, de otoño que huele a mar, siempre a mar, a mar azul.


martes, 1 de septiembre de 2009

Pensar





Existen días en los cuales el cansancio acumulado, un agotamiento progresivo, resultado del esfuerzo puesto en pro de una causa determinado, de un tiempo excesivo y exigente que se te presenta delante y que no puedes controlar, que es así y ya está... puede contigo; es un estado donde no sabes mirar al frente, no encuentras motivaciones ni tienes a tu lado, solo a través de un teléfono que no permite poner imagen a tu expresión, a tus ojos, a tu boca, darle formas a las arrugas de tu cara y acompañar explicando a las palabras para dar así completa descripción a quien te quiere y está lejos lo que te pasa, la inyección que necesitas ( esa que algún paciente recibe como placebo y llama... "la de la fuerza", porque le da fuerza, quita el cansancio vital de una enfermedad eterna a la que se tiene que acostumbrar), una inyección de fuerza que solo pueden dar, en el caso del "hombre solo", quienes le estiman, aquellos que saben entender, a través de las no palabras de un hombre encerrado en sí y hermético como el solo, pero que quien le quiere conoce y descubrió hace tiempo los recovecos por donde meter el dedo y abrir la puerta desvencijada de su alma; eso que se da al escuchar la voz cansada de un hombre que mira por su ventana y sale a la calle a vivir lo que mira, alguien que gusta de observar en estado puro las cosas y dejarlas tal cual son para que sigan siendo, viviendo y desarrollándose, ese saber mirar sabiendo amar.
Y en el día del cansancio, cuando menos te lo esperas, llega la inyección de fuerza desde lejos, desde otro alguien que te va conociendo en tus escritos, en tus correos, en tus palabras a través de la distancia, con la belleza que da una ciudad eterna y pone en una imagen, con una profesionalidad admirable, la imagen perfecta, la ventana con tules malva, las mariposas que pueblan mi casa, la ventana que da a una ciudad de mar y deja caminar un hombre solo por sus arenas, por sus calles, sus silencios, sus gritos de la ciudad ruidosa y marinera, por las almas de quien se acercan al hombre y se dejan acariciar con miradas, con palabras, con sentimientos entregados. Ese alguien plasma en imagen el haykus que es la vida de un hombre solo, el soplo de una mirada pequeña en el infinito del universo y la eternidad de la vida.
Pensar, pensar en uno cuando se esta bien y cuando se esta mal, encontrar que alguien ha pensado en tí y te acaricia el alma con una regalo espléndido, con lo mejor de su trabajo, con el detalle de tenerte presente, de saberte necesitado de cariño, de regalo, de lisonja, de escucha... encontrarse con que un alguien apreciado se ha parado por un instante y te ha encontrado en su memoria, agazapado y esperando que te mire... y te sientes importante para alguien, para alguien más entre todos los alguienes que tienes, entre esos que te hacen reir... y te da la caricia con la mayor de las delicadezas, con la más enorme humildad de quien da lo que tiene, la creatividad, el cariño y la pasión por descubrir almas y plasmarlas en un dibujo, gracias amiga romana.
Se piensa en personas que han pasado por la vida del hombre y ni se acuerdan de que existe, personas a quienes se defraudó, o que le utilizaron y le borraron de su pizarra vital, donde escriben los cariños y el nombre del hombre solo no esta entre ellos; se piensa en quienes recibieron la mirada de frente, la verdad de un hombre sincero y respetuoso, que se permite renunciar a sus propios sentimientos en pro del respeto de las decisiones individuales y que él considera equivocadas, aunque en ello se asesine el aprecio tenido, pero la libertad individual está por encima de todas las cosas, incluso por la de la vida propia.
Se siente el dolor de ser ignorado y no respetado, de haber sido una pelusa incómoda en la vida de alguienes que pasaron por la casa abierta, que recibieron bondad y aprecio, sinceridad y cariño, acompañamiento en la soledad y no entregan nada, ni un pensamiento, la vida devuelve lo dado, siempre.
Se recupera el alma entre esas horas de agotamiento vital, cuando se recibe la inyección de la fuerza que no se espera ni se pide, que alguien, en la lejanía, descubre necesitas y la envía, aún sin saberlo; cuando la risa de un niño y su voz pequeñita te dice a lo lejos que te quiere mucho y que en Septiembre, si no a al colegio de los mayores, vendrá a verte de nuevo; cuando la amiga que no tiene tiempo de nada, ni siquiera de llorar a tu lado sus propias penas, te avisa que hará el esfuerzo por estar pegado a ti, por contar confidencias y por enjugar lágrimas juntos, no sabe cuando pero lo hará y te llama para decirte que lo hará, solo eso, que lo hará, lo promete y te advierte que te tiene presente, que te necesita y se te entregará porque sabe que tu tambien la necesitas; se recupera el alma cuando el "hombre solo" mira por la ventana y ve, tras un tunel negro que apareció por segundos, que existe un camino que lleva al fondo de una luz, como en la fotografía, que te lleva a un horizonte más amplio, y es entonces cuando la angustia del cansancio se hace pequeña, cuando comienzas los efectos de las inyecciones de la fuerza y cuando desaparecen las pequeñas pelusas de dolor sobre el amor entregado, sobre las amistades vanas frecuentadas y que solo te buscaron cuando necesitaban, no saben estar cuando son felices, es entonces cuando desaparecen, no cuentan contigo para la fiesta.






Pensar, que gustoso es pensar en alguien y comunicar ese pensamiento, que hermoso es recibir el pensamiento de alguien cuando se necesita, es entonces cuando se mira por la ventana y se ven colores nuevos en el cielo tan hermoso de esta ciudad mediterránea; a la espera de más tranquilidad, como la de ahora, y entonces recibir un abrazo, ese del cariño que se espera y que da calor, ese abrazo que entusiasma un alma cada vez más vieja, un alma que se enorgullece de haber sido vivida, haber errado y herido, rectificado en lo conocido y... sobre todo, de haber sido engañada por su inocencia siempre dispuesta, un alma que gustaria de ser abrazada con pensamientos pequeños de cariños conocidos, como la amiga romana. Baci.