Pasó el tiempo sin permitir que el hombre solo se diera cuenta de que pasaba. La noche era caliente en un terral que regresaba y las gentes amigas coincidíamos en un concierto esperado largo tiempo, al que una enfermedad puso impedimento años atrás, allá en el 2006 cuando esperábamos la presentación de Rogamar. Llegó su momento, como las cosas buenas en la vida que siempre suceden, antes o despues, pero suceden, como debe ser. Uno no espera, porque desconoce siempre del todo a la gente, encontrarse con quienes ve a diario, esos que, como uno, guardan cosas íntimas, gustos por músicas, sorpresas pequeñas que hacen sonreir a los otros cuando nos encontramos en lugares comunes, compartiendo una sonrisa cómplice que dice... "¿Como no ibas a estar aqui?".
La noche se promete dulce, miradas desde un palco y sonrisas a lo lejos a conocidos que saludan, espera con fresco de teatro del diecinueve, otra noche más entre los azules de un teatro conservado y entregado de nuevo al placer de los sentidos.
El público viene entregado y el escenario, que en noches anteriores se vestía de luz azul, lo hace ahora del verde más hermoso que se pueda soñar, en reflejos de una tierra lejana que lleva en propio nombre el color de la esperanza, Cabo Verde. De allí nos llegan los sones de este día, la voz profunda, honda y caliente de una mujer que entra en el escenario descalza, como siempre, con pasos lentos y temerosos, la edad no perdona y, si bien conserva la mente y la voz fresca, el cuerpo se ve dañado. Camina lenta, mirando el suelo, sola y entre maestros de una música que nos hace saltar al primer acorde, sonrie y no habla, solo lo hará en contadas ocasiones y en portugués, ella está de vuelta de todo y el que quiera entender que la entienda en su lengua, para eso es ella. Justo a mitad del concierto, cuando lleva medio Rogamar presentado, ese disco que habla de rogar y de mar, de plegarias frente a un mar que la llena y despierta miradas de melancolía, de amor perdido y vivido, de encuentros y desencuentros con el otro y los otros, ese mar al que canta y se entrega, mirando al suelo, visionando sus aguas, sin apenas moverse, llevando el son con los dedos de los pies y leves movimientos de cadera, lo que le deja el cuerpo... es entonces cuando nos habla de nuevo... "Ahora les dejo con una cancion instrumental y yo me voy a fumar"... carcajada general, que aumenta cuando no se va, se sienta en una silla en mitad del escenario, frente a una mesa, sonrie, escucha la canción y fuma su cigarro lentamente... insisto ella puede, es la diosa descalza que canta morna, su musica.
Llega la hora de presentar a los musicos, lo hace con elegancia, prestando toda la atención a su gente y, al final, nos dice... "Y yo, Cesaria Evora".
!Cuanta humildad alberga alguien tan grande¡, una mujer que se sabe reina de una música que envuelve, que trae a gentes de lugares lejanos, que pagan lo que sea por verla, que la siguen desde hace años, que la quieren y respetan... y se descubre presentándose, como si hoy comenzara por primera vez en el mundo y fuera el primer concierto. Las gentes grandes son sencillas, ella lo demuestra y lo es.
Sigue la noche entre sones, bailes, levantándonos para danzar, como ella nos pide, se la hace salir al escenario entre aplausos, entre palmas que siguen el ritmo y el son de Andalucía, que marcan el son y la sorprenden, nos regala un par de canciones más y dice... "Chau".
Un adiós que sabemos puede ser para siempre, un hasta luego de una mujer que nació pobre, humilde y llegó donde quiso, logró hacer ver el brillo de su voz, de su gusto, de su creatividad, admirada por Caetano Veloso, grande entre las grandes y Cesarea para todos.
Otro vermout sirve de pista de aterrizaje para palabras de pensamientos dulces, para entregas sin tiempo a la noche y las amistades, para conocerse aún más entre recuerdos de lo vivido y escuchado, sabedores de que hoy, de nuevo, la magia tocó un escenario que huye de un verano caluroso y da frescor en el terral de esta Málaga adorable, de estos tiempos que van pasando, al encuentro y espera de amigos que vienen, reformas de hogar para recibir y disfrutar del ruido de una calle que no cesa, la molestia de algun mosquito que se atreve a entrar en el palacio del hombre solo y de las noticias y risas a través del hilo telefónico que le regalan a este hombre al que le cuesta cada día más caminar. Ahora le toca la espera a Omara Portuondo, otra grande.
La noche se promete dulce, miradas desde un palco y sonrisas a lo lejos a conocidos que saludan, espera con fresco de teatro del diecinueve, otra noche más entre los azules de un teatro conservado y entregado de nuevo al placer de los sentidos.
El público viene entregado y el escenario, que en noches anteriores se vestía de luz azul, lo hace ahora del verde más hermoso que se pueda soñar, en reflejos de una tierra lejana que lleva en propio nombre el color de la esperanza, Cabo Verde. De allí nos llegan los sones de este día, la voz profunda, honda y caliente de una mujer que entra en el escenario descalza, como siempre, con pasos lentos y temerosos, la edad no perdona y, si bien conserva la mente y la voz fresca, el cuerpo se ve dañado. Camina lenta, mirando el suelo, sola y entre maestros de una música que nos hace saltar al primer acorde, sonrie y no habla, solo lo hará en contadas ocasiones y en portugués, ella está de vuelta de todo y el que quiera entender que la entienda en su lengua, para eso es ella. Justo a mitad del concierto, cuando lleva medio Rogamar presentado, ese disco que habla de rogar y de mar, de plegarias frente a un mar que la llena y despierta miradas de melancolía, de amor perdido y vivido, de encuentros y desencuentros con el otro y los otros, ese mar al que canta y se entrega, mirando al suelo, visionando sus aguas, sin apenas moverse, llevando el son con los dedos de los pies y leves movimientos de cadera, lo que le deja el cuerpo... es entonces cuando nos habla de nuevo... "Ahora les dejo con una cancion instrumental y yo me voy a fumar"... carcajada general, que aumenta cuando no se va, se sienta en una silla en mitad del escenario, frente a una mesa, sonrie, escucha la canción y fuma su cigarro lentamente... insisto ella puede, es la diosa descalza que canta morna, su musica.
Llega la hora de presentar a los musicos, lo hace con elegancia, prestando toda la atención a su gente y, al final, nos dice... "Y yo, Cesaria Evora".
!Cuanta humildad alberga alguien tan grande¡, una mujer que se sabe reina de una música que envuelve, que trae a gentes de lugares lejanos, que pagan lo que sea por verla, que la siguen desde hace años, que la quieren y respetan... y se descubre presentándose, como si hoy comenzara por primera vez en el mundo y fuera el primer concierto. Las gentes grandes son sencillas, ella lo demuestra y lo es.
Sigue la noche entre sones, bailes, levantándonos para danzar, como ella nos pide, se la hace salir al escenario entre aplausos, entre palmas que siguen el ritmo y el son de Andalucía, que marcan el son y la sorprenden, nos regala un par de canciones más y dice... "Chau".
Un adiós que sabemos puede ser para siempre, un hasta luego de una mujer que nació pobre, humilde y llegó donde quiso, logró hacer ver el brillo de su voz, de su gusto, de su creatividad, admirada por Caetano Veloso, grande entre las grandes y Cesarea para todos.
Otro vermout sirve de pista de aterrizaje para palabras de pensamientos dulces, para entregas sin tiempo a la noche y las amistades, para conocerse aún más entre recuerdos de lo vivido y escuchado, sabedores de que hoy, de nuevo, la magia tocó un escenario que huye de un verano caluroso y da frescor en el terral de esta Málaga adorable, de estos tiempos que van pasando, al encuentro y espera de amigos que vienen, reformas de hogar para recibir y disfrutar del ruido de una calle que no cesa, la molestia de algun mosquito que se atreve a entrar en el palacio del hombre solo y de las noticias y risas a través del hilo telefónico que le regalan a este hombre al que le cuesta cada día más caminar. Ahora le toca la espera a Omara Portuondo, otra grande.
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