domingo, 29 de marzo de 2009






El día trae miradas de barroco que revienta bajo mi ventana, nunca me gustó, ni comparto, el uso actual de la iconografía de Semana Santa en la pedagogía de una Iglesia que se va resintiendo con el paso del tiempo pero no deja de emocionarme, como esta misma noche, la voz ronca de un hombre cantando una saeta, bajo mi ventana, al paso de la Piedad, como se la conoce en el barrio. Vivo frente al portón de salida de la hermandad de la Piedad, que procesiona el viernes santo, una cofradía no muy antigua pero con tradición y mucha devoción en el corazón del Molinillo, mi barrio. Dias de sol y noche de frío acompañan los traslados de tronos, sonido de cornetas, hombres de trono y bandas de música repletas de vestimentas doradas, sombreros con plumas blancas movidas por el aire, incienso que impregna la calle de empalagosa emoción barroca. Todo llena la calle de una estampa que se repite cada año, que vuelve a emocionar a unos y a llamar la atención de visitantes que no dejan de venir, por algo será.
No comparto muchos o casi ninguno de los principios que mueven a estas gentes a participar en las cofradías, a pasarse el año entero ensayando marchas procesionales, pintando dorados, limpiando platas, cuidando mantos bordados, adecentando tronos, haciendo rifas y loterías que doten a la cofradía del dinero necesario para salir a la calle un dia al año... pero nada de eso impide que se me remueva algo al paso de cualquiera de estas maravillas barrocas bajo mi balcón, que una saeta y la voz ronca de quien canta me ponga la piel de gallina, que me emocione tanta luz, tanto brillo, tanto silencio y tanto desorden ordenado, nunca entenderé el porqué y renuncié hace mucho tiempo a intentar enterderlo.
La Piedad salió esta noche, recorriendo las mismas calles que lo hizo la Sangre, que procesionó en la mañana, esas calles repletas de gentes que piden cosas a imágenes de barro y madera, de hombres y mujeres que se visten de domingo y se traen a los niños para que vean como se mece en el aire un trono, como suena una corneta o marca el paso un tambor.
Y no renuncio a lo que veo, ni ha sentir lo que siento porque vivo aquí, soy de esta tierra de este lugar, me siento entero de donde estoy y vivo y pienso como el lugar donde me desarrollo.
Adoro la música y a quienes la realizan, me regocijo con el honor de poder apreciar los dones de aquellos que fueron regalados por los dioses y su canto. Esta mañana, mientras pasaba la Sangre, tambien bajo mi ventana, recordé el Canto della Terra, en la voz de Andrea Bocelli, personalmente le prefiero cantando el Nessum Dorma, la imponente aria de Turandot, o Bellissime Stelle; me gusta más la versión del Canto della Terra que hace Sarah Brigtman y Alessandro Safina, cuya voz me emociona; decía que, esta mañana, pense en una canción así al paso de un Cristo tallado en madera, representando un crucificado muerto en la cruz y hombres, mujeres y niños, vestidos de domingo le miran, en silencio, dejan que su sencillez de recreación de la muerte, de la simplicidad, de lo sencillo, lo humilde, lo simple y honradamente perfecto de paso a la grandiosidad de muchos admirando la cualidad de uno, como Bocelli en este video, en medio de un gran número de gentes que le admiran y se emocionan mientras da el don que posee, la música. Un regalo para la mirada que un dia de domingo, repleto de sol, de lilas y glicinias abiertas en estos cortos días de primavera que son antesala del verano, suben su perfume envuelto entre inciensos hasta la ventana de un hombre solo que mira, solo mira y, de paso, admira.



1 comentario:

Nancy dijo...

Andrea Boccelli, un artista espectacular!!!
Me alegro de saber de ti...
Un abrazo desde Argentina!!!