Unos ojos impresinantemente abiertos miran hacia arriba, vienen acompañados de amplia sonrisa que deja escapar el sonido de la risa que sale de dentro, bien dentro, y es risa franca y ronca; los ojos miran al hombre solo y están en una cabecita de piel blanca que surge como nenufar abierto en la noche del fondo de una toalla envuelta, abrigando un cuerpecito de tres meses y pico de vida, ese que tanta dulzura da a una familia repleta de amor y cariño, a dos jóvenes padres que crean vida a partir de la humidad y sencillez, gente sana de tierras del Santo Reino antiguo y puerta de cultura, aceite, buen vino y tapas exquisitas.
Un precioso niño de nombre de letras francesas que tambien suelta la franqueza de su risa al soplarle la barriga en un juego donde el hombre solo se convierte en troll que se lo come entero; tres largos años ya en los que esta delicia de crio, parlanchín e inquieto llena las horas y agota a los responsables de su crianza.
Sábado de largos paseos que acaban envueltos en el olor de las glicinias del Jardín Botánico, entre cascadas de agua y magnolios en flor, junto a palmeras cubanas y jardines japoneses, a la orilla de un lago succionando el ácido de kumcuats cogidos a hurtadillas y despiste del jardinero de esta delicia malagueña, fruto del amor romántico de jóvenes ricos entregados a saber gozar y estar con sus amigos, habían creado hasta un pequeño edificio, "la escuelita", para atender a los niños de sus amigos cuando se venian temporadas a esta casa de descanso.
Se acaba la semana y el hombre solo se vuelve a quedar solo, tras la marcha de los ojillos grises que salen de la toalla envueltos en vida y alegría, llenando la casa de risas, llantos, saltos y miles de colores sobre dibujos de Bob esponja, arenita y Patricio... entre peluches de semillas de lino que se calientan para dormir al abrigo de las noches frescas que aun nos deja la primavera, entre tambores y olores a incienso, junto al mar y marineros guapos y altos que acompañan a la Soledad...
Unos dias más y el hombre marcha a Jaén para hacer más leve la despedida y disfrutar de un masaje en el spa jiennense, gozando los últimos días de gloria.
Son años ya desde que un alma partida, cuando la otra mitad se fué para siempre en lenta agonía de cáncer, dejando sin vida a un hombre cada día más solo y metido en sí, hermético como nadie; un hombre que encontró la sonrisa nueva entre amigos crecidos donde los olivos, bajo la sombra de un castillo hermoso y de unas gentes buenas, que se entregan a la amistad y te salvan la vida que te queda; años donde se ve crecer un amor, crear una familia, sentirte unido en fraternidad a los hermanos que se abren a ti, que aprenden a venirse a tu/su casa y gozar del azul del mar, de la sal de esta tierra y de la brisa, en ocasiones, tornada vendaval; amigos abriendo las puertas de su casa para tí, de su familia para tí, de su vida para tí, sin miedo a tí, sin negarte como otros hicieran y sin pensar que perjudicarles pudieras de algun modo, sabedores de que el cariño recíproco crece en ambos lados, por muy alejados que esos lados estén y por mucha tierra que se ponga de por medio.
Regreso de nuevo, en tiempo de resurrección a ese Jaén que me hizo nacer de nuevo entre lenguaje de manos y signos que me abrio a un mundo de gentes sanas, sin oscuros rincones ni inexplicables temores; a pasar horas junto a quien me supo escuchar en tiempo de penuria sentimental, de dolor de pérdidas y de esperanzas nacientes.
A mis pies Martina duerme dulces sueños sin pesadillas, dormir profundo que deja las manos, siempre inquietas, reposando sobre un osito de amor y un arlequín divertido. El hombre solo mira los primeros pasos en la vida de un ser delicioso y cuidado por el principe que ve peligrar su trono pero sabe querer a la rival, sabe que la niña que veía negra dentro de su madre y que ahora es blanca ni le quiere quitar nada y solo lo necesita; esa pequeña cabeza que nos rie y sale al mundo, recien bañada, con ojos abiertos y queriendo apropiárselo todo en una mirada, buscando nuestros brazos para ser alzada y reinar mejor su reino, busca el cariño que todos necesitamos, el mismo de siempre, la protección que una mano da y la seguridad que el simple roce de una piel cariñosa hace crecer en nuestro interior.
Doy gracias por ser afortunado, por poder sentirme acariciado y por sentir como mis seres cercanos suplen mis carencias, mis negares y mis miedos que los hay; me siento crecer aun como persona y me veo joven en el tiempo de un hombre que comienza a usar el bastón coqueto con más frecuencia y se queja de vez en cuando al levantarse, pero que sabe y quiere mantener su casa abierta al amor fraterno que dan sus gentes encontradas a lo largo de la vida.
Un precioso niño de nombre de letras francesas que tambien suelta la franqueza de su risa al soplarle la barriga en un juego donde el hombre solo se convierte en troll que se lo come entero; tres largos años ya en los que esta delicia de crio, parlanchín e inquieto llena las horas y agota a los responsables de su crianza.
Sábado de largos paseos que acaban envueltos en el olor de las glicinias del Jardín Botánico, entre cascadas de agua y magnolios en flor, junto a palmeras cubanas y jardines japoneses, a la orilla de un lago succionando el ácido de kumcuats cogidos a hurtadillas y despiste del jardinero de esta delicia malagueña, fruto del amor romántico de jóvenes ricos entregados a saber gozar y estar con sus amigos, habían creado hasta un pequeño edificio, "la escuelita", para atender a los niños de sus amigos cuando se venian temporadas a esta casa de descanso.
Se acaba la semana y el hombre solo se vuelve a quedar solo, tras la marcha de los ojillos grises que salen de la toalla envueltos en vida y alegría, llenando la casa de risas, llantos, saltos y miles de colores sobre dibujos de Bob esponja, arenita y Patricio... entre peluches de semillas de lino que se calientan para dormir al abrigo de las noches frescas que aun nos deja la primavera, entre tambores y olores a incienso, junto al mar y marineros guapos y altos que acompañan a la Soledad...
Unos dias más y el hombre marcha a Jaén para hacer más leve la despedida y disfrutar de un masaje en el spa jiennense, gozando los últimos días de gloria.
Son años ya desde que un alma partida, cuando la otra mitad se fué para siempre en lenta agonía de cáncer, dejando sin vida a un hombre cada día más solo y metido en sí, hermético como nadie; un hombre que encontró la sonrisa nueva entre amigos crecidos donde los olivos, bajo la sombra de un castillo hermoso y de unas gentes buenas, que se entregan a la amistad y te salvan la vida que te queda; años donde se ve crecer un amor, crear una familia, sentirte unido en fraternidad a los hermanos que se abren a ti, que aprenden a venirse a tu/su casa y gozar del azul del mar, de la sal de esta tierra y de la brisa, en ocasiones, tornada vendaval; amigos abriendo las puertas de su casa para tí, de su familia para tí, de su vida para tí, sin miedo a tí, sin negarte como otros hicieran y sin pensar que perjudicarles pudieras de algun modo, sabedores de que el cariño recíproco crece en ambos lados, por muy alejados que esos lados estén y por mucha tierra que se ponga de por medio.
Regreso de nuevo, en tiempo de resurrección a ese Jaén que me hizo nacer de nuevo entre lenguaje de manos y signos que me abrio a un mundo de gentes sanas, sin oscuros rincones ni inexplicables temores; a pasar horas junto a quien me supo escuchar en tiempo de penuria sentimental, de dolor de pérdidas y de esperanzas nacientes.
A mis pies Martina duerme dulces sueños sin pesadillas, dormir profundo que deja las manos, siempre inquietas, reposando sobre un osito de amor y un arlequín divertido. El hombre solo mira los primeros pasos en la vida de un ser delicioso y cuidado por el principe que ve peligrar su trono pero sabe querer a la rival, sabe que la niña que veía negra dentro de su madre y que ahora es blanca ni le quiere quitar nada y solo lo necesita; esa pequeña cabeza que nos rie y sale al mundo, recien bañada, con ojos abiertos y queriendo apropiárselo todo en una mirada, buscando nuestros brazos para ser alzada y reinar mejor su reino, busca el cariño que todos necesitamos, el mismo de siempre, la protección que una mano da y la seguridad que el simple roce de una piel cariñosa hace crecer en nuestro interior.
Doy gracias por ser afortunado, por poder sentirme acariciado y por sentir como mis seres cercanos suplen mis carencias, mis negares y mis miedos que los hay; me siento crecer aun como persona y me veo joven en el tiempo de un hombre que comienza a usar el bastón coqueto con más frecuencia y se queja de vez en cuando al levantarse, pero que sabe y quiere mantener su casa abierta al amor fraterno que dan sus gentes encontradas a lo largo de la vida.
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