Días hermosos de azul turquesa en el mar y claros entre nubes blancas en el cielo, las calles huelen intensamente a azahar, los cirios son apagados a cada instante por la brisa de esta ciudad marinera y el tráfico es un caos entre miles de turistas y malagueños que han decidido hacer grande a esta Semana Santa de procesiones; aquellos que huimos en la ciudad buscando un rincón donde poder disfrutar del verdor de un parque, de la risa de los niños que hoy pueblan mi casa y de una buena compañía amiga junto a un libro de historia, nos la vemos y deseamos para tomar el autobús adecuado que no tenga que parar una hora y pico a que termine de pasar el último nazareno de Jesúa el Rico, o del Cautivo o de la Esperanza... El jardín botánico de la Concepción es un buen lugar para encontrar la tarde apacible que entre glicinias, en el cenador de los Marqueses de Loring, se hace llevadera y hermosa.
Allí, en casa, cambiando pañales y dando biberones, haciendo explorar de alegría barriguillas blancas que sacan la risa franca y fresca de un bebé, sembrando tréboles de cuatro hojas, mirando y casi tocando el olivo que va en procesión dando sombra a un Jesús en el prendimiento que pasa rozando mi terraza, junto a una taza de té que esconde vino espumoso para disimular la irreverencia cuando somos el objetivo de todas las miradas de la calle, entre risas y amigos, preparando la cena de un viernes santo donde vendrán a casa más amigos a ver salir la hermosa Piedad, mi vecina todo el año y que ahora sale a la calle si el tiempo no lo impide, que parece ser que no... es donde uno encuentra el cariño de la amistad, esa que es libre y libre te deja, la que se va fraguando a lo largo de los años, con los errores y los perdones, con las risas y los llantos, pero siempre con la mano tendida y dispuesta a sostenerte cuando te vas a caer.
Y es que quiero a mis amigos que lo son, soy querido por ellos y me siento bien, muy bien de ser feliz en soledad, dejando que mi libre albedrío lleve mi vida por donde place, encontrando alegrías y penas, encuentros y soledades, compañías y dichas que luego resultan vanas.
El sol parece haberse confabulado y nos regala paseos largos por parques frescos, repletos de una naturaleza que renace, como los objetivos vitales, como los niños recien nacidos y que crecen, como el mayor que me cuenta cuentos inventados al calor del cariño y la confianza en quien te protege, en quien sabes que te quiere bien y te deja libre para ser y crecer.
Y la vereda sigue por la playa de un hombre que mira por la ventana, entre jacintos que ya dejaron de florecer y tréboles que van naciendo.
La vida sigue y la casa se llena de alegría.
Regreso a la ciudad del Santo Reino por unos días y me refresco del calor humano que tanto añoro, a comer lentejas en el barrio de la Magdalena, a tomar vino en San Ildefonso y callejear por las calles antiguas de una ciudad que renace continuamente. Y es que cuesta tan poco ser feliz...¡¡¡
Allí, en casa, cambiando pañales y dando biberones, haciendo explorar de alegría barriguillas blancas que sacan la risa franca y fresca de un bebé, sembrando tréboles de cuatro hojas, mirando y casi tocando el olivo que va en procesión dando sombra a un Jesús en el prendimiento que pasa rozando mi terraza, junto a una taza de té que esconde vino espumoso para disimular la irreverencia cuando somos el objetivo de todas las miradas de la calle, entre risas y amigos, preparando la cena de un viernes santo donde vendrán a casa más amigos a ver salir la hermosa Piedad, mi vecina todo el año y que ahora sale a la calle si el tiempo no lo impide, que parece ser que no... es donde uno encuentra el cariño de la amistad, esa que es libre y libre te deja, la que se va fraguando a lo largo de los años, con los errores y los perdones, con las risas y los llantos, pero siempre con la mano tendida y dispuesta a sostenerte cuando te vas a caer.
Y es que quiero a mis amigos que lo son, soy querido por ellos y me siento bien, muy bien de ser feliz en soledad, dejando que mi libre albedrío lleve mi vida por donde place, encontrando alegrías y penas, encuentros y soledades, compañías y dichas que luego resultan vanas.
El sol parece haberse confabulado y nos regala paseos largos por parques frescos, repletos de una naturaleza que renace, como los objetivos vitales, como los niños recien nacidos y que crecen, como el mayor que me cuenta cuentos inventados al calor del cariño y la confianza en quien te protege, en quien sabes que te quiere bien y te deja libre para ser y crecer.
Y la vereda sigue por la playa de un hombre que mira por la ventana, entre jacintos que ya dejaron de florecer y tréboles que van naciendo.
La vida sigue y la casa se llena de alegría.
Regreso a la ciudad del Santo Reino por unos días y me refresco del calor humano que tanto añoro, a comer lentejas en el barrio de la Magdalena, a tomar vino en San Ildefonso y callejear por las calles antiguas de una ciudad que renace continuamente. Y es que cuesta tan poco ser feliz...¡¡¡
No puedo darte soluciones para todos tus problemas de la Vida,
no tengo respuestas para tus dudas o temores,
pero puedo escucharte y compartirlos contigo.
No puedo evitar que tropieces.
Solamente puedo ofrecerte mi mano
para que te sujetes y no caigas.
Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos.
Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz.
No juzgo las decisiones que tomás en la vida. Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides.
No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar,
pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer.
No puedo evitar tus sufrimientos cuanto alguna pena te parte el corazón, pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser.
Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo.
En estos días pensé en mis amigos y amigas, y entre ellos apareciste tú.
No estabas arriba, ni abajo ni en medio. No encabezabas ni concluías la lista.
No eras el número uno ni el número final. Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero, el segundo o el tercero de tu lista.
Basta que me quieras como amigo.
J.L.Borges
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