En la vida que pasa del "hombre solo" los tiempos los marcan, cada vez más, las estaciones; antes eran los años los dueños de una vida nómada por ciudades, gentes, miradas y vivencias, ahora son las estaciones, las alergias, los comienzos de las colecciones, de los ciclos escolares y de las trombas de agua, los días secos de un terral en una ciudad de luz picassiana y azul, al lado del mar y que huele a mar cuando llueve, aunque sean tormentas. Mucha gente ve en el inicio del otoño un tiempo de tristeza, un decir adios al ocio y retornar a la vida cotidiana, niños al colegio, atascos eternos en torno a la ciudad y cabreos constantes por la subida de las cosas en tiempos de crisis, desde que nací vivo en un pais que habla de crisis, en el teatro, en la economía, en el cine, en la cultura, en la educación... crisis, crisis, crisis... infinita crisis de algo, hasta de las vidas que la viven; para mí, aparte de la crisis que me afecta como a todos, la llegada del otoño es al revés que todos, comienza con tiempo de ocio.
Una semana de Septiembre, siempre la tercera o cuarta, participo en la escapada general de mi unidad hospitalaria, a un albergue infantil, donde las camas son pequeñas y los pies cuelgan al aire durante toda la noche, mantenido en un comedor entre amburguesas, marracones bolognesa, patatas fritas... y menú típico de colegio; un lugar perdido entre campos de membrillos, junto a agricultores que pasan su tiempo de ocio entre los dos únicos bares que hay en bastante distancia a la redonda, rodeado de pacientes que sufren una enfermedad mental grave y conviviendo estrechamente con ellos, compartiendo el campamento de verano, de un verano que acaba y da su mano al otoño.
Pertrechados de cajas con juegos, disfraces, talleres ocupacionales de avalorios, para hacer sales de baño, balones de piscina, de baloncesto, de fútbol, películas que no se visionan por falta de tiempo... aparecemos allí quienes nos encargamos de esta locura en que se convierte nuestra existencia durante una semana agotadora, somos un hospital que se traslada, como un hospital de campaña en plena guerra pero que lleva, en la panza del autobús, guardadas mil risas, mil colores y sabores que hagan la vida más liviana para aquellos que sufren de lo que no ven y no pueden hacer entender a quienes les ven.
Agotadora semana que pone al límite la salud mental de quienes estamos presumiendo de ella y procurando ser escucha de otros que padecen.
Una piscina llena de hojas que hay que quitar cada día, mirar el cielo a ver si una tormenta nos fastidia la jordana o solo es un chubasco que pasa rápido, un paisaje lejano que se hace hermoso se ilumina en la noche, al calor de un cigarrillo compartido y un té calentito, mirando los rayos como juegan en el cielo a caerse como cohetes que buscan refugio en la tierra, escuchar temores a la luz de un sol radiante y tendidos en un patio entre naranjos, guardar el pan que sobra para la burra de la granja escuela o desayunar leche fresca de una vaca que nos la regala cada día, mirar por la ventana del cuartito asignado al hombre solo y emocionarse cuando dos "locos" o tres, o cuatro se miran, hablan, se cuenta, se escuchan, se ayudan, tiemblan de emoción, se respetan y controlan sus límites sin rebasar las fronteras del otro, ponen a prueba lo aprendido en las terapias del hospital... o simplemente disfrutan del tiempo sin nada que hacer, recien bañados, limpios y serenos, siendo libres de estar o de ir, sin compromisos, en libertad... por fín.
El comienzo del otoño del "hombre solo" es distinto, siempre empieza en una salida que deja las batas blancas de lado, que permite a una psiquiatra hacer una sesuda consulta ante la ansiedad, vestida de bruja, con capa y capucha, con pelo negro y canoso, son escoba que barre miedo de un drácula con cabeza atravesada por un cuchillo, al calor de una barcacoa colectiva para cuarenta y dando mordiscos a un pinchito asado de pollo; un tiempo donde el hombre más serio, más controlado, que más asume su locura y no olvida ni un segundo de su vida la toma de pastillas, las analíticas, los controles, que mide hasta el tiempo que anda cada mañana para no bajar un segundo del reglamentado, con una obsesión por se obseso... se convierte en la reina más Drak que imaginarse pueda, con unos ojos azules envueltos en la sombra de ojos más azul y brillante de la paleta de colores, con pelucón naranja y medias de rayas, preguntando si aquello se quita luego y.... "¿no tendre que presentarme mañana en la casa de mi hermana asi no?.
Imágenes grabadas en la mirada de un hombre que mira y disfruta del trabajo que tiene, de un otoño que comienza con este desborde y que promete la serenidad del ansiado mes de vacaciones reservado para el tiempo de otoño, donde se caen las hojas, cuando las castañas abren el erizo y salen a ser manjar en ollas de hierro, al calor de techados en las calles envueltas en frio, en aires que azotan las esquinas, donde la cultura retorna a sus locales y el teatro, la música, las lecturas, los encuentros poéticos, se anuncian en nuevos ciclos de vida urbana; un tiempo que espera con ansia el "hombre solo" y que viene cargada de pánico gripal colectivo, momentos de paz que permitirán acudir al lado del mar a ver como el agua cae sobre el azul y el silencio se llena de golpecitos leves y seguidos que rompen en olas de espuma, allá donde el paseo se hace solitario y los marrones, los ocres, los rojos, los negros pueblan las calles en la indumentaria.
Otro tiempo preñado de proyectos, como cada estación, que se harán o no se harán, que prometen terminar esa historia que cuenta el hombre y que no acaba nunca, que le obligan a mirar hacia el Norte de una tierra que quiere visitar, que espera el nacimiento de Martina que ya tiene nombre y aún no está con nosotros del todo, que reza y pide por los que quiere, retomando la costumbre de pedir a algo que ni se plantea que exista ya... y no le importa.
Tiempo de luz y calor, de lluvias fuertes y más calor, de otoño que huele a mar, siempre a mar, a mar azul.
Una semana de Septiembre, siempre la tercera o cuarta, participo en la escapada general de mi unidad hospitalaria, a un albergue infantil, donde las camas son pequeñas y los pies cuelgan al aire durante toda la noche, mantenido en un comedor entre amburguesas, marracones bolognesa, patatas fritas... y menú típico de colegio; un lugar perdido entre campos de membrillos, junto a agricultores que pasan su tiempo de ocio entre los dos únicos bares que hay en bastante distancia a la redonda, rodeado de pacientes que sufren una enfermedad mental grave y conviviendo estrechamente con ellos, compartiendo el campamento de verano, de un verano que acaba y da su mano al otoño.
Pertrechados de cajas con juegos, disfraces, talleres ocupacionales de avalorios, para hacer sales de baño, balones de piscina, de baloncesto, de fútbol, películas que no se visionan por falta de tiempo... aparecemos allí quienes nos encargamos de esta locura en que se convierte nuestra existencia durante una semana agotadora, somos un hospital que se traslada, como un hospital de campaña en plena guerra pero que lleva, en la panza del autobús, guardadas mil risas, mil colores y sabores que hagan la vida más liviana para aquellos que sufren de lo que no ven y no pueden hacer entender a quienes les ven.
Agotadora semana que pone al límite la salud mental de quienes estamos presumiendo de ella y procurando ser escucha de otros que padecen.
Una piscina llena de hojas que hay que quitar cada día, mirar el cielo a ver si una tormenta nos fastidia la jordana o solo es un chubasco que pasa rápido, un paisaje lejano que se hace hermoso se ilumina en la noche, al calor de un cigarrillo compartido y un té calentito, mirando los rayos como juegan en el cielo a caerse como cohetes que buscan refugio en la tierra, escuchar temores a la luz de un sol radiante y tendidos en un patio entre naranjos, guardar el pan que sobra para la burra de la granja escuela o desayunar leche fresca de una vaca que nos la regala cada día, mirar por la ventana del cuartito asignado al hombre solo y emocionarse cuando dos "locos" o tres, o cuatro se miran, hablan, se cuenta, se escuchan, se ayudan, tiemblan de emoción, se respetan y controlan sus límites sin rebasar las fronteras del otro, ponen a prueba lo aprendido en las terapias del hospital... o simplemente disfrutan del tiempo sin nada que hacer, recien bañados, limpios y serenos, siendo libres de estar o de ir, sin compromisos, en libertad... por fín.
El comienzo del otoño del "hombre solo" es distinto, siempre empieza en una salida que deja las batas blancas de lado, que permite a una psiquiatra hacer una sesuda consulta ante la ansiedad, vestida de bruja, con capa y capucha, con pelo negro y canoso, son escoba que barre miedo de un drácula con cabeza atravesada por un cuchillo, al calor de una barcacoa colectiva para cuarenta y dando mordiscos a un pinchito asado de pollo; un tiempo donde el hombre más serio, más controlado, que más asume su locura y no olvida ni un segundo de su vida la toma de pastillas, las analíticas, los controles, que mide hasta el tiempo que anda cada mañana para no bajar un segundo del reglamentado, con una obsesión por se obseso... se convierte en la reina más Drak que imaginarse pueda, con unos ojos azules envueltos en la sombra de ojos más azul y brillante de la paleta de colores, con pelucón naranja y medias de rayas, preguntando si aquello se quita luego y.... "¿no tendre que presentarme mañana en la casa de mi hermana asi no?.
Imágenes grabadas en la mirada de un hombre que mira y disfruta del trabajo que tiene, de un otoño que comienza con este desborde y que promete la serenidad del ansiado mes de vacaciones reservado para el tiempo de otoño, donde se caen las hojas, cuando las castañas abren el erizo y salen a ser manjar en ollas de hierro, al calor de techados en las calles envueltas en frio, en aires que azotan las esquinas, donde la cultura retorna a sus locales y el teatro, la música, las lecturas, los encuentros poéticos, se anuncian en nuevos ciclos de vida urbana; un tiempo que espera con ansia el "hombre solo" y que viene cargada de pánico gripal colectivo, momentos de paz que permitirán acudir al lado del mar a ver como el agua cae sobre el azul y el silencio se llena de golpecitos leves y seguidos que rompen en olas de espuma, allá donde el paseo se hace solitario y los marrones, los ocres, los rojos, los negros pueblan las calles en la indumentaria.
Otro tiempo preñado de proyectos, como cada estación, que se harán o no se harán, que prometen terminar esa historia que cuenta el hombre y que no acaba nunca, que le obligan a mirar hacia el Norte de una tierra que quiere visitar, que espera el nacimiento de Martina que ya tiene nombre y aún no está con nosotros del todo, que reza y pide por los que quiere, retomando la costumbre de pedir a algo que ni se plantea que exista ya... y no le importa.
Tiempo de luz y calor, de lluvias fuertes y más calor, de otoño que huele a mar, siempre a mar, a mar azul.
5 comentarios:
Es un bellisimo escrito, pero no se pq me dio la sensación q lo envuelve una halo, de soledad, tristeza y nostalgia.
Sea como sea, me cautivan tus letras.
Besos
Me encanta como escribes, pero las cosas suceden estando solos o acompañados, por eso se traduce un toque de nostalgia en tus palabras. Pero suele sucedernos a todos y en cualquier estación del año.Un abrazo.
Una vez me escribiste que te gustaría recitar uno de mis poema, a mi me agradaría mucho más. A ver si lo haces y me sorprendes!Y de paso te ganas un enorme abrazo.
Como siempre me encanto a leerte, es un don para pocas personas y tu lo tienes asì natural...
un abrazo y un beso grande hasta mi amado sur
Gracie tante Fabi¡¡¡
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