Pintor chileno ( 1915 - 2005 )
Una mañana en que el "hombre solo" se aventura a retomar sus paseos por el centro, a tomar la ración de churros de Rafael en Doña Mariquita, en plaza Uncibay, un rincón hermoso donde las noticias del periódico duelen menos al bolsillo y al alma, permitiéndose acudir a la cererería de Calle Santa María, cercana al café de Chinitas, escuchando conversaciones de siempre, las dejadas en Julio, antes de la debacle. Mirar el escaparáte de la sombrerería El Cid, buscando el nuevo sombrero para el otoño, ese tiempo de paz en Málaga, donde las calles huelen a calle, los hombres y mujeres de esta ciudad pasean amablemente por calle Larios, Granada, San Juan, Nueva... escuchando, de nuevo, las piezas clásicas que ofrecen los músicos callejeros, admirando el arte de los mimos y estatuas humanas que engalanan las tardes frescas de un verano que termina y un otoño que comienza.
La ciudad se viste de serenidad, las playas se disfrutan en paz, con menos gente y más color del sol, con atardeceres más naranjas y amaneceres donde revientan las nubes en naranja vestidas y pellizcadas por el astro al amanecer. Se huele diferente, se vive distinto, se pasea mejor, el pescaíto sabe de otra manera y el vino rosado, fresquito, regando las noches en cualquier terraza y acompañado a una hermosa fritura. El Pimpi retoma su tiempo, deja el folklore y vuelven las tertulias, el vino dulce se apodera otra vez de la bodega y sus maderas escuchando de nuevo conversaciones de amor, amistad, lectura y filosofía. Comienza el curso y se preparan los ciclos culturales, retomamos la vida al fresquito y sereno de mes que acaba en ramadán y llena las calles de blanco salido de la mezquita.
Sonrisas amables de quien te conoce, eres de aqui, vas siendo de aqui y ya formas parte de una ciudad acogedora, de corazón limpio y mirada fresca, de risas contagiosas y ruido terrible, de "lolailos horteras de bolera" con zapatillas doradas o plata, con tatuajes de niños en la espalda y el "te quiero Jenny" que nunca desaparecerá de la piel aunque "la Jenny" se largue con otro. Toda ciudad tiene sus luces y sus sombras, Málaga también.
El paseo continúa con visita al mercadillo de siempre, a esos tenderetes en la calle que ofrecen "los encantes", hermosa manera de llamarlos, porque encantan, es un paseo entre cosas que no necesitas o que no sabes si necesitas... hasta que las encuentras. Me gusta escuchar a las abuelas de mi barrio, pelo recogido en moño, vestidos de lunares que hay que aprovechar y se compraron para pasear por la feria, con la flor en el pelo, y aún queda mucho verano¡¡... "¿Vas a los encantes?". Un lugar donde todo se vende, incluso aquello que te robaron del coche allí lo encuentras, para que te encante de nuevo y lo compres otra vez; fotos de abuelos de alguien que ya no quiere en su pared, lámparas de encaje, videos de "Érase una vez la tierra... el hombre... la música...", tornillos, ropa de invierno y los incombustibles chandals rojos "que son como los de la Belén Esteban¡¡¡".
El calor obliga a un vino fresquito, a la sombra, junto al museo Picasso, entre silencios, tiendas que estaban cerradas por vacaciones y la locura festiva, que exponen de nuevo sus telas al sol, las lámparas marroquíes, las piedras engarzadas en plata y son vistas por parejas de enamorados que pasean la calle, el centro recuperado, el palacio Crópani y su vinoteca, el muso de la música y sus cuentacuentos musicales donde Sandra encanta a los niños con el cuento de la trompeta que hay que buscar.
En la tarde aparece una luna media en el cielo, cuando el azul se va oscureciendo y despide un sol que no olvidó su quemar, una luna que se convertirá dentro de poco en una luna mora de festivales y músicas al fresquito... siempre el fresquito, tan importante fresquito que buscamos los hombre solos, esos que paseamos, bastón en mano, sombrero de ala ancha y respirar profundo, llenando de mar, otra vez, los pulmones que fueron motor para soltar las risas de este tiempo pasado en brazos de la dulzura, el candor, la inociencia de un niño y una amiga que lleva en su interior otra vida, la esperada Martina que vendrá en Diciembre y que da patadas peleando por salir. Tiempo de goce de Hugo en mi casa, de una familia escogida a la que quiero y respeto, que me quiere y respeta, que no me olvida y respeta perdonando los olvidos.
Los días fueron rápidos, dedicados a un niño y girando en torno a él, a la pesada obsesión de mirar cada mañana... "La pantera Liosa"... en esa imposibilidad de la r en boca pequeña, tortura matutina de un niño dulce que pedía atención y sabía encantar con una sonrisa... mis encantes, los encantes de un mercadillo de vida que sigue viva, que hace sentirse pleno a un hombre solo que mira hacia atrás, hacia los meses pasados, los cariños perdidos y los esfuerzos de cariños desperdiciados, a los girones de alma que gente se llevaron y a los que uno ya esta acostumbrado.
Un nuevo tiempo, un nuevo curso, a coleccionar otra vez el curso de inglés, o chino, o italiano, para no estudiar; a retomar las lecturas nunca olvidadas, a vivir los muebles nuevos y la casa decorada otra vez, casa distinta con sábanas de color violeta, entre maderas chocolate y naranja llenando la mirada de serenidad, oliendo a canela y encendiendo velas a Fray Leopoldo de Alpandeire para que se acuerde de quienes quieres.
El "hombre solo" programa nuevo curso, nuevo año, nuevo tiempo... siempre nuevo, cada día nuevo... repleto de los pequeños encantes que ofrecen las cosas pequeñas de la vida, aquellas que hacen una vida grande, la mía, la que tengo, la que hace tender la mano y recoger el pan que la vieja me tiende, entre sonrisas, alegre de verte aún vivo y sabiendo que serás su cliente todo el año otra vez, sacando de la canasta el pan de pueblo amasado a puño, que ya no se hace y que te vende en un mercado del molinillo inspirado por su autor en las pagodas.
Mañana toca caminar hacia el cementerio de los ingleses, a ver las tumbas de escritores inmortales a quienes se olvida entre ruinas a punto de desaparecer... el "hombre solo" no quiere perderse esos misterios y maravillas aun posee esta Málaga que va disparada a ser un disloque de gran ciudad.
Y todo pasó en el día, quedando el olor a mar, ese que nunca se va por más que el hombre se empeñe, ese por el que uno se vino aquí, por su mar, su azul, su luz, su aire... y su fresquito.