jueves, 18 de marzo de 2010

Los puentes del alma



Los jacintos, los de siempre, los de cada año, esos que se guardan y plantan para la temporada nueva; jacintos malva, blancos, amarillos... que impregnan de olor la casa de un hombre solo que hace tiempo no lo dedica su quehacer a mirar por la ventana, que pasea por la calle limpia, donde las piedrecitas de un asfalto de años no se veían por falta de limpieza en las calles de Málaga, y ahora asoman, timidamente, su limpio blanco al pisar de un hombre que mira fachadas, tejados, rostros, cristales y casas nuevas con gentes nuevas que vienen a vivir la primavera potente que se asoma ya y nos trae alergias... Los jacintos, esos jacintos se abren y recuerdan a la memoria que va fallando de cuando en cuando y a los virus informáticos que gastan malas pasadas a un hombre que usa poco, ultimamente, internet, haciéndole perder toda la lista de contactos usados, que usa y que ya no sabia que existían, solo hasta verlos desaparecer por el gusano informático maldito... le recuerdan, decía, a su memoria, que vivió, que vive y que mañana seguirá viviendo, para volver a guardar los jacintos en secano y plantarlos en su época, para que florezcan otra primavera y pueblen de color y olor la terraza que se prepara para acoger las imágenes marianas de Semana Santa, esa que lleva sonando en tambores durante meses, hasta agotar la paciencia de un hombre solo y de muchos acompañados.
Entre luchas con la memoria el hombre sufre otro mazazo y se encuentra con la sorpresa de la marcha, cercana, pero marcha de un ser querido, lleno de sensibilidad, de arte, de saber hacer, de elegancia, de sentido común y de buena mala leche en ocasiones, que todo es necesario... alguien ganado en los ultimos tiempos, fiel, sincero y fiel, critico y fiel, mordaz y fiel, alguien bueno y fiel... alguien que merece ser estimado y respetado, alquien que provoca lágrimas en un lagrimar sin agua y que, aun estando cerca, se va lejos, se marcha a trabajar a otro despacho, de otro hospital, de otra área y de otras gentes; alguien a quien no veré pintar más, de quien conservo sus cuadros regalo y sus regalos en miradas, alguien que supo esperar para que yo entrara en su alma y que me abrio la puerta sin condiciones, así respondió, sin condiciones para siempre, con la verdad por delante y con la palabra oportuna a la hora de pedir disculpas.
Y es que las estaciones se confabulan en que cosas mueran y cosas nazcan, se empecinan es que el hombre solo suba a la ventana, mire que no llueva, pasee por un mar embravecido y que huele a mar, como al hombre le gusta, que expulsa ramas y árboles, cañas y barro, para verse limpio y recibir las pieles que buscan frescor, para volver a mirar cometas que vuelan un cielo azul y lo pueblan de verdes, amarillos, rojos y malvas... como los jacintos que huelen y renacen en la vida, siempre y continuamente regeneradora, de un hombre que no tiene miedo a dejar llorar el alma cuando el lagrimar no puede; de un hombre que regresa a su rincón cibernético, a pesar de virus y gusanos, a pesar de verse desnudo mañana en una pantalla de cristal, y pensar... ¿porque carajo me desnudo tanto?... y es que la cabra tira al monte, siempre gocé con el exibicionismo del ánimo.
¿Que hace aquí Marcel Marceau?... me conmovió siempre su mirada hacia un cielo al que hablaba, pidiendo explicaciones sobre la vida que pasaba a su alrededor y le mojaba.

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