Anoche la luna estaba más cerca de la Tierra, dicen que sucede cada cierto tiempo y no volverá a pasar hasta dentro de veinte años, su luz era inmensa y el azul cobalto del mar, ese que parece sacado de una taza de porcelana china, brillaba de manera especial, más frío que nunca y más mar que jamás; miraba la luna y ponía mil colgantes, pendientes, amuletos, piedras y anillos, todo cuanto se fué acumulando a lo largo de mis años de soledad, desde que te fuiste, y forman parte de cotidianidad, a su luz, puestos durante la noche para cargarse de su luz, de tu luz.
Creía estar a salvo de tu recuerdo, pensaba que te iba borrando de mi mente y de mi cuerpo, de mi olfato y de mi oido, del tacto de mis manos y de mi piel erizada cuando estabas cerca... y era mentira.
Estaba entre mis bonsais, junto al jazmín y el rosal, mirando sus brotes nuevos de primavera nueva, oliendo la albahaca y contando las hojas al trébol de cuatro... y del salón surgió la melodía...
Creía estar a salvo de tu recuerdo, pensaba que te iba borrando de mi mente y de mi cuerpo, de mi olfato y de mi oido, del tacto de mis manos y de mi piel erizada cuando estabas cerca... y era mentira.
Estaba entre mis bonsais, junto al jazmín y el rosal, mirando sus brotes nuevos de primavera nueva, oliendo la albahaca y contando las hojas al trébol de cuatro... y del salón surgió la melodía...
Volvían a reponer la película, esa que tanto se clavó en mi memoria y que me ayudó a reconocerte en mí, a encontrarte un hueco donde meterte y poder sobrevivir a mi soledad desde que no estas. Quise cerrar la puerta y quedarme fuera, en la terraza, a la luz de la luna y así cargarme también de energía para el mañana, limpiarme y bañarme en el rocío que caía durante la noche, pegado a los jacintos que ya se mueren y convertirme en gnomo entre las plantas de mi terraza, olvidarme de tí y de tu recuerdo que me lleva a tí, dejar de sentirme esperando tu llamada, olvidar que me pides que vaya contigo y no voy, dejar dormir a mi dolor el sueño que anhela y esconder mi culpa por no quererte más de lo que aún te sigo amando, huir de mí y no buscarte en las sombras de la calle, ser capaz de olvidarte y no verme siendo un alma ciega que deambula por el mundo palpando realidades que no son tu.
Y no pude...
Entré, volví a ver la película una vez más, maldije a quien la repuso y me bañé con las lágrimas y espuma de dolor, las de siempre aún pasando los años, las que vuelven y no se acaban nunca, las que salen del pozo negro del recuerdo latente y que espera un resorte para salir.
Te encontré en el texto, en las calles de París y sus aguas rios que lo bañan, en las piedras azules de la noche y el brillo de los ojos que aman, en la soledad de las estaciones y el humo de sus trenes, en la melodía que no cesa y Victor Reyes clavó para siempre en mi memoria, en la obra maestra de un amor contado a trocitos y resuelto en una tumba final y miradas cargadas de tristeza, de reproche y perdón.
La mañana llegó fresca y viva, el bastón de colores me esperaba para llevarme al Jardín Botánico, las glicinias están saliendo y el cenador impresiona de nuevo el alma más serena, apacible despues de su orgasmo de dolor nocturno, huele a primavera en el jardín donde los edificios románticos fueron adecentados y las cascadas llenan de frescura el calor que va llenando la ciudad y haciendonos buscar las sombras; me gusta leer en el jardín, pasear la mañana y matar mi tiempo entre palabras de otros, historias antiguas que van poblando mi mente de vidas ajenas, haciendo gozar al hombre, otra vez, de su soledad, envuelto entre olores a fresco, retornando a su casa de olor a canela y naranja, mimando bonsais y volviendo los ojos a un mar que hoy es verde, un verde especial en la mañana anterior a la primavera, un verde más verde, un verde que si no fuera domingo y en la mañana diría que podría tener un fondo de cobalto... serán cosas de la soledad..., aunque en la retina sigue la imagen de un ramo de rosas blancas llegado a las manos el 30 de Mayo.
Entré, volví a ver la película una vez más, maldije a quien la repuso y me bañé con las lágrimas y espuma de dolor, las de siempre aún pasando los años, las que vuelven y no se acaban nunca, las que salen del pozo negro del recuerdo latente y que espera un resorte para salir.
Te encontré en el texto, en las calles de París y sus aguas rios que lo bañan, en las piedras azules de la noche y el brillo de los ojos que aman, en la soledad de las estaciones y el humo de sus trenes, en la melodía que no cesa y Victor Reyes clavó para siempre en mi memoria, en la obra maestra de un amor contado a trocitos y resuelto en una tumba final y miradas cargadas de tristeza, de reproche y perdón.
La mañana llegó fresca y viva, el bastón de colores me esperaba para llevarme al Jardín Botánico, las glicinias están saliendo y el cenador impresiona de nuevo el alma más serena, apacible despues de su orgasmo de dolor nocturno, huele a primavera en el jardín donde los edificios románticos fueron adecentados y las cascadas llenan de frescura el calor que va llenando la ciudad y haciendonos buscar las sombras; me gusta leer en el jardín, pasear la mañana y matar mi tiempo entre palabras de otros, historias antiguas que van poblando mi mente de vidas ajenas, haciendo gozar al hombre, otra vez, de su soledad, envuelto entre olores a fresco, retornando a su casa de olor a canela y naranja, mimando bonsais y volviendo los ojos a un mar que hoy es verde, un verde especial en la mañana anterior a la primavera, un verde más verde, un verde que si no fuera domingo y en la mañana diría que podría tener un fondo de cobalto... serán cosas de la soledad..., aunque en la retina sigue la imagen de un ramo de rosas blancas llegado a las manos el 30 de Mayo.