sábado, 4 de septiembre de 2010

Fin del verano


Acaban días de un verano caluroso pero fresquito en el corazón. Tuve tiempo de reir, emocionarme, sentirme vivo, muy vivo, mirar la sonrisa de seres queridos y hacerme el serio cuando tocaba regañar, mirar por la venta y ver como los días de cariño pasaban por la calle, subian por la terraza y se quedaban en casa, como los jazmines y su olor, como la luz de la luna llena que sorprende en los montes de Málaga, mirando el cielo y sus estrellas, adivinando la oscuridad de un mar cercano que se huele, viviendo el fresquito venido a los lagares cercanos y contando historias de moros, familias extrañas y tiempos de otras gentes que pasaron dejando recuerdo.
Hubo un tiempo en que recibí clases de no confiar en la gente, muchos se afanaron en ello, darme lecciones era su tarea al pasar por mi casa, al meterse en mi vida y querer romper el cachito de corazón vivo que dejó la fría de la guadaña el día que se llevó la mitad de mi alma con ella, en aquellos tiempos en que la droga servía para mitigar el dolor que las leyes no dejaban eliminar con morfina y el cáncer se empeñaba en machacar a quien se amaba; un tiempo en que las nuevas personas vestidas de fiesta, de risas, de cariño, de verdad y que extendian la mano... esa mano que se desvanecía igual que los vestidos de mentira... querían darme lecciones de desconfianza, tuve suerte, suspendí.
En las noches tristes del hombre solo salían fantasmas que avisaban del cuidado con la dulzura de las cosas por miedo a acostumbrarse, de nada sirvió, el hombre se acostumbró a ello y busca diariamente, negándose a creer que el mundo miente, que la gente es mala y creyendo en el hombre, el otro hombre que pasa por la ventana y llama al cristal, que no olvida el número de teléfono, que piensa y siente perder el tiempo sin acercar la mano a una mano amiga.
Viene el otoño, la brisa marina es más fresca, los jazmines no dejan de salir y crecer, su olor impregna el salón y la terraza sigue verde de vida, un nuevo quinqué envuelve las paredes de sombras, las letras del libro se hacen más amigas e íntimas, el agua de la fuente feng shui se deja oir en su caer rutinario, las hojas en el jardín de la Concepción se tornan ocres y los nenúfares se abren antes impregnando el paseo de un hombre solo entre el romanticismo que le acompaña eternamente. Es la vida que renace, en otoño también, como hace el hombre solo desde el tiempo en la fría de la guadaña se llevó su mitad de alma, renace cada día, revive y resucita levantando la mano hacia el cielo, buscando tocarlo, en el amor, en el sexo, en el tiempo, en el cariño, en la familia encontrada, en la ventana que le deja mirar y en este fresquito de otoño cercano que se adivina y agradece.
Es la vida que rezuma chorros de alegría por las paredes llenas de sombras de quinqué nuevo, azul, de letras adivinadas entre luces tenues, de músicas que suben el alma del hombre al cielo... allá donde tiene la mano y el alma.







MACACO : Con la mano levantá

Con la mano levantá,

al pasado le digo adiós
y el futuro que vendrá
dicen que pende de un hilo.
Y el presente aquí contigo,
mano a mano, oye mi hermano
disfrutar camino (bis).
Con la mano levantá...
De puntillas pa tocar,
voy subiendo un escalón,
escribiendo otra canción de escaleras al cielo,
busco un sitio pa saltar que me de alas pa volar,
realidad a ras de suelo.
Con las manos levantás,
no nos vieron al pasar,
cuantas manos hay que alzar
para que escuchen de nuevo,
tu arma la imaginación,
tu escudo no protection,
intuyendo el movimiento.
Con la mano levantá...
tocaré...voy tocando el cielo....
Salté la valla,
corrí mil batallas,
pero aquí estoy de nuevo.
Perdí el aliento,
pero no me siento,
busco carrerilla,
pa saltar, pa saltar, pa saltar, pa saltar.
Con la mano levantá...