domingo, 22 de febrero de 2009

Nos vemos después.



La loca cabeza da vueltas sin parar, fantasea y alimenta los miedos que atenazan al hombre solo. Los momentos huelen a quirófano, anestesia, sueño y miedo, a tiempo perdido y ganas de dar paso atrás.
Desde la ventana ve pasar la tarde del domingo y acercarse el momento de ir al hospital, un amigo querido pasará a recogerle y será compañía amable hacia el tiempo de espera; ruega porque todo pase rápido, nuevamente se ve solo y vacío, preguntándose mil cosas y dejando que los miedos lleguen, soplen el alma temblorosa y se marchen.
En momentos así es cuando el corazón repasa lo vivido, piensa en el no futuro y encuentra que todo fué bueno, que lo malo no cuenta y que se desea continuar el camino para más, amar más, ser más amado, equivocarse más, disculparse más, entregarse aún más y seguir siendo débil ante los miedos, los aires quebradizos de una cabeza loca que va de un lado a otro del salón, mirando recuerdos, recorriendo rincones de la casa y llorando etapas pasadas que le hicieron feliz.
Mañana todo habrá pasado, para bien o para mal, para todo lo por venir y la casa estará esperando, seguirá aquí, quieta, con sus cosas, libros, musicas, sueños, esperanzas, futuros, pasados y amores entregados, cariños desperdiciados en la nada y quereles recibidos sin ni siquiera haberse dado cuenta.
Y es aquí, en este momento, en este tiempo donde no se es nada y se descubre la fugacidad de lo que puede ser todo, cuando el hombre solo se mira, se encuentra a sí mismo, a su propia figura buscándose a lo largo del tiempo, a lo que encontró de sí mismo en los otros que estuvieron a su lado y a lo que ansía encontrar cuando haya pasado todo.
El miedo no es menos miedo porque se le reconozca, sólo permite caminar, no paraliza cuando se le mira cara a cara, permite hacer la pequeña maleta, preparar las cosas para la vuelta, dejar en orden el desorden y pensar en encontrarlo todo de nuevo, como a la vuelta de un viaje, expuesto a la nada y deseoso de la vuelta.
El tiempo, hacerte más mayor, trae más apego a la vida, más temor a perderla y más miedo a olvidar los recuerdos, para siempre.
La segunda mirada de la nueva andadura es hacia su propia alma, hacia dentro, a sí, y el hombre solo se mira y se quiere, se aprecia, se estima y respeta, se da cuenta de que todo valió la pena y de que, tras el retorno esperado de la inconsciencia a su rincón de malvas en las cortinas, los grises de visillos y teléfono antiguo, las maderas que huelen a noble y los cristales que suenan a dulce cuando se les riega con vino.
El hombre solo juega ahora a pisar el reflejo de las estrellas en el suelo de la ciudad que huele, sabe, vuela a mar y es sonido de gaviota. Busca las figuras de luz, las persigue y agarra con la mano para que no se le escapen, para seguir componiendo su universo de espacios relucientes donde reir, soñar y sentir el cariño de quienes le quieren.

viernes, 13 de febrero de 2009

Primera mirada



Tras tiempo indefinido entre páginas y páginas, dedos mojados que rozan el papel y pasan vidas lejanas imaginadas en miradas hermanadas por sentimientos comunes, en paises extraños; la mano se acerca a los visillos nuevos, grises entre cortinas malva y negras, linos que conviven con tules y terciopelos, convirtiendo la estancia surgida de la resurrección del alma, en refugio de un espíritu inquieto, siempre por regenerar y aprendiendo a amarse, cada día, renovado en las caricias que recibe del tiempo, que pasa, y las gentes sinceras que encuentra a su paso por esta ciudad de agua fresca, sol limpio y matutino graznido de gaviotas. Es una mano aun temblorosa, efecto secundario de la fiebre en un cuerpo cansado que responde como puede al frenético trajin al que se le expone; mano que busca, al levantar el fino lino del visillo, ser inundada de sol, tras días de de reclusión forzada. A la búsqueda de alzar al hombre solo y dejar que el ojo descubra, tras el frío cristal pleno de invierno, las ganas por estar en el mundo que le rodea, encontrar el motivo para dar pasos hacia las calles que esperan el nuevo deambular de este escribidor puganando siempre por salir, pleno y fecundo de imágenes por contar.
La mano muestra el camino descubierto a un lugar pequeño, recogido, entres amantes del arte sentido, donde voces de Andalucía regalan, a puñados, lágrimas vividas de risas, dolores y sueños.
Esta semana toca Danzaria, lenguaje del cuerpo que habla y entrega historias vivas para ser digeridas en el espacio íntimo de casas recogidas, junto al brillo de una copa brillante de cristal y repleta de néctar dulce de Cómpeta, entre borrachuelos con sorpresa de almendra y Fréderic Chopin al piano, juntando palabras de amigos que relatan su propia historia recogida en el acto escénico, en la mágica entrega de Alberto Huetos y su "Yo solo quiero caminar", andadura de música y sentires árabes y andaluces, acordes de Paco de Lucía revueltos con sonidos de mar, entre estertores de un cuerpo torturado y una sonrisa puesta como final a un largo sufrimiento.
Alberto Huetos sale de Cazorla a regalarse entre las gentes del mundo y recala en Málaga, la mano le encuentra tras el cristal frío de invierno en la ventana que permite una primera mirada y los ojos del hombre solo le miran en el espacio pequeño de Diputación en Calle Ollerías, al lado de una mujer llena de alegría que cumple años, sabiéndose mimada y riendo por el encuentro, de este hombre, con alguien de un pasado que es pasado y nada importa, se quiso ir y se dejó marchar, ahora no sabe regresar, a quien huye... puentecito de plata.
Pequeños momentos de felicidad que vuelven el alma del hombre en más alma, más dulce, más limpia, más enamorada de sí misma y más deseosa de seguir adelante en un futuro que se presenta preñado de historias por vivir.
Y es la primera mirada una respuesta a la pregunta de siempre, es un contestar al porque no me muero todavía de este que aun se quiere; de un corazón metido en un rincón antiguo, un teléfono de principios del veinte y un cristal sediento por llenarse de néctares que alegren el espíritu del cariño entre aquellos que se respetan, a la espera de nuevas miradas. Sabedor de que el amigo querido ha recuperado su capacidad de follar, de entregarse a cuerpos sin freno y disfrutarlo, de mirar las aguas y gentes que le rodean sin ganas de salir corriendo también de aquí, intentando encontrar momentos entre el agotamiento de un trabajo que le gusta y no le deja vivir.
El hombre solo mira, la mano deja caer el lino y retorna a marcar el paso de la nueva página del "Contador de historias" para encontrar allí más gentes imaginadas que digan cosas y darles cauce entre realidades.